Hace 90 años, los teatros como el Xicoténcatl, se peleaban en sus carteleras la presencia de María Conesa, La Gatita Blanca, y Lupe Rivas Cacho, reinas del género de las tandas y asediadas por enamoradizos generales, senadores, diputados, diplomáticos, artistas y empresarios de la época.
La carne exigía su espacio. El retozo discreto y costoso de la burguesía y el desfogue de los de a pie de los barrios.
La casa de La Bandida, Graciela Olmos, era entonces refugio de militares, políticos, artistas y algunos intelectuales. Personajes como Álvaro Carrillo, Juan Neri, Pepe Jara, Marco Antonio Muñiz, Héctor González, Delfino Ordaz, se cobijaron en ese sitio durante mas de cuarenta años.
Para el pueblo
En el lado oculto de la luna estaban los rincones para los de abajo. Cantinas, pulquerías, tinacales y centros de salud para el pueblo, crecieron como hongos en la periferia de la ciudad y en el centro.
La Chiripa lucía en sus anaqueles y barras de madera y concreto todo lo que el bebedor de pulque, neutle y curados debía saber y usar. Tornillos (vasos delgados labrados en forma de rosca para un medio litro), cacarizas (jarras de cristal de un litro), chivatos (tarros de un cuarto de litro), catrinas (jarras lisas para un litro), jícaras (de un litro, medio y un cuarto de litro), violas (jarras largas de medio litro), tripas (vasos altos y delgados de medio litro).
Los 40 y 50's
Años dorados de la música, la radio y el cine, fueron quizá la etapa más intensa de la vida nocturna en el Distrito Federal. Pedro Vargas, Toña La Negra, Consuelo Velásquez, Teté Cuevas, Agustín Lara, Pepe Jara, Marco Antonio Muñiz, Los Panchos, María Victoria, Los Dandys, Pérez Prado, Antonio Badú, Amparo Montes.
Por San Juan de Letrán hacia Bellas Artes, antes de Garibaldi, se llegaba hasta el corazón de la madrugada, en Juárez y Balderas, al Capri.
Más adelantito, sobre el asfalto iluminado por los autos y las marquesinas, estaban el Hotel Regis y El Prado, epicentros obligatorios para los hombres y mujeres de la farándula, las letras, la política, el arte y... el simple chisme. Las noches y madrugadas no se agotaban en Juárez y Balderas o la Plaza Garibaldi y su Tenampa.
La avasalladora vida nocturna de la capital se expandía a la velocidad dictada por el cine y sus estrellas, sus ídolos rancheros, de barriada, de smoking y lentejuela.
Las rumberas, sus orquestas y bailes ocuparon un tercio de la noche. A la música se sumaba también la acrobacia de Los Kaluris, la magia de Fumanchú, el sketch político y recalcitrante de Jesús Martínez, Palillo, la imitación de Los Fonomímicos, la habilidad de Tilín, "el fotógrafo de la voz", y la improvisación de Clavillazo, de Tin Tan y de Paco Miller y su muñeco Don Roque.
El Teatro Blanquita, el Politeama, el Tívoli, el Bombay, el Salón México, el Molino Rojo, el Aristos, el Prado Floresta y el San Luis no se daban abasto.
El espacio era amplio y generoso. Daba para todos los gustos y entre ellos el baile dominaba por democrático, popular y barato. Desde los años treintas y durante la siguiente década, el danzón, el chá chá chá y el mambo llenaron una buena parte de las ansias de la masa trabajadora.
Los 50's
Las grandes orquestas llenaban los salones y ensanchaban las opciones de una diversión todavía accesible. El costo del boleto era el límite. De 10 a 25 pesos y con derecho a dos o tres aguas frescas y servicio de guardarropa.
De la colonia Obrera a la Condesa, de la Condesa a la Roma y luego al sur hasta Universidad, San Ángel, la Del Valle y la Narvarte, para caerle al Salón Riviera.
Allá por la colonia Huasteca (hoy Anzures), entre la Anáhuac y Polanco, estaba el salón de la DM Nacional, hecho para el encuentro semanal sobre la pista de baile, de Pablo Beltrán Ruiz y Carlos Campos con el respetable. Noches de encuentros, revelaciones y romances.
El círculo de la diversión y el retozo se fue cerrando en los cincuentas gracias a la mano dura del regente Ernesto Uruchurtu, enemigo de destrampe y la juerga.
Finales de los 50's y principio de los 60's
Dio paso a la banda, a la chaviza, a la generación de la Onda, del aliviane y el fresísima Amor y Paz..
La Zona Rosa apareció como refugio de intelectuales, turistas, actores y e inversionistas que conformaron el jet set mexicano en un ir y venir del Rana Bar al Kineret, del Kineret al Bulldog, de ahí al Sanborns y luego a las Yardas, en Hamburgo y Niza.
Los semiclandestinos hoyos fonky eran las ermitas para degustar la poesía de Kerouac, la hierba de Petatlán, los hongos de Maria Sabina, el ácido y las delicias de la revolución sexual hippiteca.
En General Primm estaba el Café Amor. En Taxqueña, menos escondido, el Grand Forum, de ingratos recuerdos para el rey lagarto, Morrison, y sus Doors.
El rock n' roll se volvió rock y se convirtió en comercial y contestatario. La masa pudiente volvió al Blanquita, al Prado Floresta, al Patio, al Continental, al Country Club, para ver a Enrique Guzmán, a Angélica María, a los hermanos Carrión, a los Teen Tops, a los Rebeldes del Rock, a los Locos del Ritmo, a Alberto Vázquez.
Las tocadas se abrieron paso a cuentagotas, a contracorriente de la persecución policial y el escarnio de padres y abuelos.
El final de los setentas
Le dio paso a la época Disco, al surgimiento de los antros clase media y media alta. En la Zona Dorada y la Zona Azul de Satélite, El Castillo del Yorsi era infaltable en las agendas de fin de semana de la gente bonita. El ¡fuego en la pista! era atizado por el cine de Travolta y sus clones sabatinos Fito Girón y Chela Braniff.
Para los menos pudientes,quedaba la naciente opción de las tocadas con los sonidos Vogar, Marlboro, Destiny, Warrior, Cóndor, y el boom de los DJ´s.
Los años 90
El salón Premier, en las inmediaciones de Ciudad Universitaria, fue un hito en la vida nocturna. Luis Miguel, Lucero, Pandora, Juan Gabriel, Rocío Durcal, Lupita D´Alessio, e innumerables cantantes e ilusionistas pisaron sus escenarios en un despliegue de recursos que llevaron el lugar la quiebra años después.
En los últimos seis años, la vida nocturna del Distrito Federal ha cambiado con giros inesperados.
Los table-dance vivieron su apogeo y decadencia, y casi se extinguieron en el centro de la capital. Emigraron a la periferia, sobre todo en Nezahualcóyotl, ante la presión de las autoridades, el alud de requisitos para abrir y mantener ese tipo de negocios, la corrupción de los inspectores, la inseguridad urbana y la reducción de horarios de funcionamiento.
Colonias como la Condesa, la Roma, Del Valle, Polanco y Coyoacán vieron un inusitado auge de restaurantes-bar en los que se puede escuchar música y beber y cenar hasta la una o dos de la madrugada.
El esparcimiento y reventón en el Distrito Federal están marcados desde hace cinco o seis años por los conciertos masivos, las presentaciones de grupos de rock, de baladistas, raperos y hip-hoperos en el Auditorio Nacional, el Foro Sol o el Teatro Metropolitan o el Estadio Azteca.
Gil, te felicito por tu artículo. Está muy bien armado, y resulta bastante ilustrativo. Gracias por compartir, se nota que en verdad le echaste muchas ganas.
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